martes, 15 de noviembre de 2011

El buscador



El buscador
Hace dos años, cuando terminaba una charla para un grupo de parejas, conté, como suelo hacer, un cuento a manera de regalo de despedida. Para  mi sorpresa, esta vez alguien  del grupo pidió la palabra y se ofreció a regalarme una historia.  Ese cuento que quiero tanto lo escribo ahora en memoria de mi amigo Jay Rabon.
Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como un buscador…
Un buscador es alguien que busca; no necesariamente alguien que encuentra.
Tampoco es alguien que, necesariamente, sabe qué es lo que está buscando.  Es simplemente alguien para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir.  Había aprendido a hacer caso riguroso de estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo.  Así que lo dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos, divisó, a lo lejos, Kammir.  Un poco antes de llegar al pueblo, le llamó mucho la atención una colina a la derecha del sendero.  Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores.  La rodeaba por completo una especie de pequeña valla de madera lustrada.
Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en aquel lugar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de aquel paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador, y quizá por eso descubrió aquella inscripción sobre una de las piedras:
Abdul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y tres días.
Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que aquella piedra no era simplemente una piedra: era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en aquel lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción.  Se acercó a leerla.  Decía:
Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas
El buscador se sintió  terriblemente conmocionado.
Aquel hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra era una tumba.
Una por una tenía inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto fue comprobar que el que más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los once años…
Embargado por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar.
El cuidador del cementerio pasaba por allí y se acercó.
Lo miró llorar durante un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
-No, por ningún familiar –dijo el buscador -.  ¿Qué pasa en este pueblo? ¿Qué cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué hay tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que les ha obligado a construir un cementerio de niños?
El anciano sonrió y dijo:
- Puede usted serenarse.  No hay tal maldición.  Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre.  Le contaré…:
“Cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí, para que se la cuelgue al cuello.  Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:
A la izquierda, qué fue lo disfrutado.
A la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.
Conoció a su novia y se enamoró de ella.  Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?  ¿Una semana? ¿Dos? Tres semanas y media..?
Y después, la emoción del primer beso, el placer maravillo del primer beso…¿Cuánto duró? ¿El minuto y medio del beso? ¿Dos días? ¿Una semana?
¿Y el embarazo y el nacimiento del primer hijo…?
¿Y la boda de los amigos?
¿Y el viaje más deseado?
¿Y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano?
¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?
¿Horas? ¿Días?
Así, vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos…Cada momento.
Cuando alguien se muere, es nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado para escribirlo sobre su tumba.
Porque ese es para nosotros el único y verdadero TIEMPO VIVIDO”.




Autor: Jorge Bucay
Tomado de: Cuentos para pensar
ARB


Jorge Bucay es un sicodramatista, terapeuta gestáltico y escritor argentino. Nació en Buenos Aires en 1949, en una familia modesta del barrio de Floresta. Se graduó como médico en 1973, en la Universidad de Buenos Aires, y se especializó en enfermedades mentales en el servicio de interconsulta del hospital Pirovano de Buenos Aires y en la clínica Santa Mónica.

La Bruja que quería volar


La bruja que quería volar
Hubo una vez una bruja que quería volar pero ni siquiera tenía escoba. Visitó al gran brujo para preguntarle qué debía hacer para conseguir alcanzar su sueño…
_Debes ir en busca de alguien joven, soñador, valiente, vivaz, con ganas de compartir y disfrutar junto a los demás. Por cada duda que albergue conseguirás, aquella noche, robarle un hilacho de su fuerza y así, poco a poco, podrás ir reuniendo hebras para tu escoba.
La bruja así lo hizo pero al poco regresó decepcionada.
_Hice lo que me dijiste…pero la escoba casi no alcanza a despegar del suelo-le dijo enojada al gran brujo.
_La persona que escogiste era demasiado joven…mejor busca entre los adolescentes…alguno habrá con miles de dudas…con el corazón debatiéndose por un nuevo amor o con el corazón partido, aturdido ante decisiones difíciles de su paso de niño a adulto o decisiones obligadas y demasiado apresuradas que necesitarían más calma y tiempo porque deciden su futuro, alguien con demasiadas ilusiones no compartidas, con un espejo que le muestre una imagen diferente a la que quiere o demasiado adulto entre tanto niño de su misma edad aún por crecer…con demasiados buenos amigos que no le entienden o ni siquiera le escuchan…Y aunque no lo creas, de esos, de esos encontrarás muchos…
La bruja marchó caminando, dudosa de la posibilidad de lograr con éxito tan difícil tarea. Vagó por las calles de día, entre los jóvenes, disfrazada de pobre vieja… pero el sol lucía demasiado hermoso y todos los adolescentes, aún estando llenos de dudas, mostraban su cara más juvenil y alegre.
Pasaron los días hasta que recordó que el brujo le habló de la noche… y así descubrió que era justo de noche, en medio de la oscuridad cuando la falta de luz les volvía ciegos. Allí dentro de sus casas, encerrados en sus habitaciones, sucumbían a sus temores y cuando les llegaba el sueño…las dudas se sucedían unas tras otras…y amontonadas se convertían en una montaña imposible de escalar.
Ese era el momento, cuando la fortaleza de la luz del sol dejaba de alentar la fuerza interior, cuando la fe en sí mismos les abandonaba dejándoles a la merced de la oscuridad de la noche…ese era el momento en el que ella debía actuar…
La bruja se apresuró a arrebatar a uno y a otro pequeños hilachos de juventud, de fuerza interior abandonada en medio de la oscuridad…aprovechando la vulnerabilidad de la duda, la flaqueza de la fuerza interior, la falta de fe… Hilachos tras hilacho cada noche la escoba iba cobrando forma, pero aún así, con la primera luz del sol de la siguiente mañana, la escoba se deshilachaba…
La bruja se preguntaba por qué. Una noche, decidió no arrebatar ningún hilacho…y en lugar de eso se sentó al lado del joven que parecía más aturdido para así entender qué era lo que lograba romper el hechizo. Pero el joven no hablaba, estaba callado, sólo escuchaba…escuchaba las palabras de un hombre.
Y a pesar de todo su aturdimiento, a la mañana siguiente, el joven, mirándose frente al espejo sonreía con la fuerza interior del que se mira en el espejo recién levantado y a quien el descanso del sueño le ayuda a recordar la necesidad de creer en si mismo, a pesar de los pesares, sabiendo cuál es el camino para hacer lo que está bien…recordando la necesidad de creer en sí mismo, de mantener la fe, de levantar la cabeza y mostrarle al mundo que aún tiene orgullo.
Salir a la calle e ir a por lo que quiere, sin permitir que se crucen en su camino, sabiendo que logrará ser un campeón sólo si logra mantener la fe, porque no sólo hay que decirlo si no que hay que creer en ello, darse una nueva oportunidad y esperar un poco, porque sólo es cuestión de tiempo para ver como la confianza llega y vence.
Cuando el joven marchó, la bruja se quedó allí, estupefacta, quieta, delante del espejo, con cara sorprendida ante la inmensa sabiduría de aquellos pensamientos. Y recordó entonces todas las palabras de aquella noche…Se miró, se miró en el espejo y miró lo que estaba haciendo en esos momentos.
Encontró un pequeño momento para analizarse a si misma, para ver el modo en que vivía cada día, para poner su vida en orden…para reencontrarse consigo misma…
Y gritó, gritó con todas sus fuerzas….para que la fe se metiera en su interior, tal como aquel hombre por la noche le había dicho cantando al joven, para que la fe y el amor se metieran en su interior a través del corazón…porque no necesitaba robar hilachos de fuerza interior a ningún joven para conseguir su sueño, ella misma podía flotar en el cielo, en lo más alto, cualquier camino que tomara le permitiría hacerlo, con sólo intentarlo…pero debía creer, creer y tener fe…
La bruja cogió unas tijeras y cortó parte de su larga melena para que sus propios cabellos hicieran de hebras de lo que había de ser su escoba. Desde entonces, por las noches, algunos dicen ver a una bruja volar, subida a una escoba medio deshilachada, como su propia melena, cruzando por delante de la luna…
Es ella, es la bruja que se acerca a la luna y a la estrella que más brilla en el cielo, para pedirles, por favor, que no dejen de iluminar el camino en medio de la oscuridad de la noche, porque los jóvenes necesitan que su luz continúe alentando su fuerza interior, alimentando su fe, para que éstas no se desvanezcan fundidas en el negro de la noche y así logren mantener su confianza hasta que lleguen otra vez los primeros rayos de luz que les trae el alba.
Fin


Autora: Lydia Giménez-Llort
Tomado de: http://www.encuentos.com/cuentos-cortos/cuentos-para-adolescentes/la-bruja-que-queria-volar-cuento-y-video/