viernes, 1 de junio de 2012

Junio: "El gran Doctor" de José María Plaza


EL GRAN DOCTOR       José María Plaza




1.
 Me voy de casa
Es un día estupendo.
Hace mucho sol y hoy no tengo clase por la tarde.  Me gustaría estar todo el tiempo jugando.
-¡Mamá!
-¡Papá!
-¡¡¡Mamá!!! –grito de nuevo.
Y vuelvo a gritar una vez más.
Pero nadie me contesta.
-¡Mamá!
Como no me hacen caso, me voy.
Salgo de mi cuarto, y en el pasillo recojo a Pitu, mi tortuga, que se había escapado otra vez de su isla.
--Adiós—digo.
Mi madre siempre está muy ocupada, y mi padre llega muy tarde a casa; a veces, cuando ya me he dormido.
¡Es una pena!... Tengo que jugar solo.
--¿Qué puedo hacer?...
¿Qué podemos hacer, Pitu?
Pero mi tortuga se ha ido otra vez.  Parece que no corre casi nada, pero cuando quiere es la más rápida del mundo.
--Pitu, Pitu…,  ¿dónde estás?
Recorro el pasillo, bajo las escaleras hasta el salón, pero no la veo.
¿Dónde estará esa tortuga tan enana?...
--Pitu, Pitu! –vuelvo a llamarla. Y la busco en mi cuarto.  A Pitu le gusta mucho los juguetes.
--Qué haces ahí?
Parece que ésta jugando al escondite.  La he pillado cuando quería meterse en el maletín de médico que me regalaron por mi cumpleaños.
--No te escondas que te he visto.  ¡Venga, Pitu, sal!...
Y mi tortuga me mira con esos ojos que siempre están medio cerrados.
La miro.  Veo mi maletín de médico.
--Pitu, Pitu.. Se me ha ocurrido una gran idea: ¡Vamos a poner una consulta para animales!  Yo seré el doctor, y tú, mi ayudante… ¡Corre, vamos corre…!
--Adios—grito, antes de cerrar la puerta que da la jardín.
Nadie contesta.
Ando cien pasos y mi tortuga mil, pero no está cansada.  Ni siquiera se para cuando encuentro el tirachinas que había perdido.
Pitu sigue adelante, paso a paso, hasta llegar junto a dos árboles grandes que dan mucha sombra.
--Ese es un buen ligar –le digo--.  ¡nos quedaremos aquí!
Parece que estamos en un bosque o en la selva. Abro el maletín y encuentro el letrero que hice con mi primo Hugo.
“¿Qué te parece, Pitu?”…

EL GRAN
DOCTOR
Y lo clavo en un tronco.  ¡¡Ya soy doctor!!  Me pongo la bata y tomo la lupa para ver bien…
Ahora tengo que esperar a que lleguen los pacientes.
Me siento en mi sillón.  Espero.  Mamá se asoma a la ventana, pero no me ve: está limpiando los cristales.
Sigo esperando.   Los pacientes no llegan.   –Ten paciencia –me dice Pitu.
Ella sabe mucho de eso.  –Está bien, está bien… ¡Soy el gran doctor!

2
EL TOPO QUE VEÍA MÁS LEJOS

--¡Buenos días! –saludo.
Ha llegado un animal oscuro a mi consulta. Es mi primer paciente.
--Buenos días, ¿eres tú el doctor?  --me pregunta.
--¿No ves mi bata de médico?. ¿no ves la placa en el árbol, donde pone EL GRAN DOCTOR?, ¿no ves…?
Pero el peludo animal no está pendiente de estos detalles.
Es un topo. Y los topos no ven nada, ni siquiera a un doctor tan importante como yo.
--Tu problema es que no ves!
- le digo muy contento, porque he adivinado enseguida lo que le pasa.
Pero me equivoco.  ---Oh, no, no.  Con lo que veo tengo suficiente.  ¿Para qué quiero ver más?...Lo que me preocupa  es el bosque.  ¿Has visto cómo está?
--Pues claro—le miento.  Mis ojos, que son cien veces más grandes que los del topo, no se habían dado cuenta.
--Están destrozando el bosque.  Cada vez queda menos árboles –grita, un poco triste--.  Yo no tengo problema.  Siempre habrá tierra para hacerme una casa.  Pero, ¡Imagina a los animales que viven en las ramas!
-Bueno…
--Da una vuelta, y haz algo por ellos.  ¿No eres un doctor, el que cura todo?...
Y se va.  Desaparece por un agujero, muy cerca de donde encontré el tirachinas.
Mi padre me contó que, cuando era niño, le encantaba saltar de rama en rama, casi como Tarzán, y que hacía cabañas en los árboles.  Entonces había muchos, claro…A mí también me gustaría.  “¿A ti, Pitu?”.  Pero la tortuga sigue mirando el agujero por donde se ha colado mi primer paciente.  Ese topo no necesitaba tener los ojos muy grandes para darse cuenta de lo que pasa a su alrededor.


3
UN LOBO QUE COME ESPAGUETIS
Hoy me he levantado pronto.  No tengo clase porque es sábado.  Mamá está muy ocupada haciendo las camas y pasando el aspirador.  Ha sacado un a vieja marioneta de debajo del sofá y casi me la tira a la cabeza.
--A ver si cuidad un poco tus cosas!—me dice, enfadad.
--¡Es que mamá…!
Pero mi madre ya no me escucha.  Todavía le quedan dos habitaciones por limpiar; después espera una visita importante.
Y papá se ha ido.
Es un día nublado.
Cojo la marioneta gris que me regalaron los tíos cuando era pequeño, y me voy corriendo a mi consulta de doctor, porque esta mañana los animales deben estar ya esperando.
--¡Vamos, Pitu!... ¡Necesitan a alguien que les haga caso!
Nada más sentarme en el sillón oigo un gruñido:
--¡Ggrrr!
Me he asustado. Un doctor no debe tener miedo de nada, pero es un animal con la boca muy grande y los dientes afilados.
--¿Qué quieres? –pregunto, subido en la mesa.
El lobo se echa a llorar. El pobre parece un perrillo solitario. No dice nada.
Me bajo y corro a acariciarlo. Ya no me asusta.
--Tengo un problema.
--¿Te has comido un rebaño de ovejas y ahora te duele la tripa? –le pregunto.
--¡Oh, no! Y llora con más fuerza.
--Ya sé –le digo--. ¿Te está buscando un cazador para abrirte la barriga?
--Oh, no… No es eso. ¡No sé qué hacer!
--No sabes qué hacer ¿con qué?...
Pero no me contesta enseguida. Primero saca su enorme lengua y se chupa las lágrimas. Ahora puede hablar mejor. Y habla, y habla, y habla…Después de dos horas, le comprendo. Es un lobo que no come ovejas, ni cerditos, ni abuelas, ni nada parecido. Lo que más le gusta son las manzanas y los espaguetis.
--¿Entiendes ya lo que me pasa?—pregunta.
Este lobo no puede jugar con los otros lobos, porque se burlan de él. –Pues juega con las ovejas –le sugiero--. Son divertidas y cantan muy bien. Si quieres, te puedo enseñar una canción.
Empieza así: Beeehhh, beeehhhhh.
--Oh, no… Ya me gustaría aprenderla. Pero las ovejas tampoco quieren jugar conmigo. Aunque únicamente como manzanas y espaguetis, soy un lobo, y creen que alguna vez me las podría zampar.
--¡Vaya! Eso sí que es un problema… Tengo que pensar muy seriamente en tu caso. Ven el miércoles a esta misma hora.
Me gustaría encontrar un lobo que también comiera manzanas y espaguetis para que fuera su amigo.
–Gracias, doctor –se despide, y me da un beso con su enorme bocaza, llena de dientes afilados.
–Adiós –le digo, y me quedo pensando en aquel juego de marionetas tan divertidos de Los tres cerditos, que me compraron los tíos cuando era pequeño.
4
UN CIEMPIÉS SIN DESAYUNO

Cuando voy a cerrar la consulta, oigo una voz muy cerca del suelo.
–¿Quién se ha caído? –pregunto y miro hacia abajo.
No veo a nadie. Me doy media vuelta, pero antes de llegar a la puerta suena un gritito muy fino y muy largo.
–¡Eh!
Es un ciempiés que está de pie, muy de pie, casi de puntillas, impaciente.
--¡Oh! –digo, y corro a coger las vendas para enyesarlo.
Cuando a un ciempiés va a la consulta de un médico es porque se ha roto alguna pata. Esta vez  me equivoco.
–Doctor, no puedo desayunar a gusto –se queja el ciempiés. –¿Qué?  
--Todas las mañanas se me cae encima la leche y el zumo de naranja.
--No lo entiendo.
--Es que tengo una mesa coja, y en cuanto me apoyo para untar la galleta con mantequilla, zas, se resbalan la taza y el vaso.
No necesito pensar mucho para encontrar la solución.
--Tu caso es muy sencillo –le digo--. Pon una de tus patas debajo de la mesa. Tienes demasiadas y no se notará.
--¿No cojearé un poco si me quito una pata? –me pregunta.
Es un ciempiés muy listo, que ha estudiado matemáticas.
--Puede ser… Mejor pon dos, una de cada lado –le digo. Un médico no puede correr riesgos.
--¡Qué buena idea!... gracias, doctor. Gracias. Me voy volando a desayunar.
Es la hora del almuerzo, pero a este ciempiés la comida del día que más le gusta es el desayuno. Se le nota.
–Adiós –respondo. Ya no me oye. Y me voy a comer; tengo mucho apetito, y la comida que ha preparado mamá huele de maravilla.
Estoy contento. –Deja eso para después –le digo a Pitu, que está haciendo un puzle de animales.

5
LA PERRA QUE LO TENÍA TODO
Después de comer, el cielo se ha puesto tan negro como si fuese de noche. La lluvia hace mucho ruido: plof, ploff, plommb…Parece que están bombardeando el tejado.
¡Qué emocionante!
Cojo a Pitu y me quiero ir a la calle a vivir esta aventura. Nada más abrir la puerta, entra el viento y tira al suelo los papeles que hay encima de la mesa.
Entonces, mamá mira. Y grita: --cierra esa puerta… ¿Qué intentas hacer?
–Voy a recoger mis cosas del jardín.
Mamá no lo entendería si le digo que tengo que defender la casa de los aviones enemigos.
–¿Pero no has visto cómo diluvia?... ¡Anda, vete a tu cuarto!
Mamá parece enfadada, y yo me he quedado un poco triste.
–¡Bueno!
Luego, me ha cogido de la mano, ha subido conmigo y me ha dado un regalo.
–Toma, hijo.
Es un libro con muchos dibujos de una perra que lleva un bolso en la boca. –¡Qué bien!... Oh, mamá, mamá, quédate aquí y leémelo. Pero mi mamá ya no está. Me ha acariciado el pelo y se ha ido. Al parecer tiene mucho trabajo en el ordenador, y debo aprender a leer solo.
Miro la portada del libro. No entiendo bien el título; es muy raro. ¿De qué tratará?... –Léelo tú, Pitu, y luego me lo cuentas…yo tengo que ir a la ciudad.
Me ha llamado por teléfono una perra que vive en el piso 15 de la Gran Plaza.
–¡No salgas de aquí, que hace mucho viento! –le digo a mi tortuga antes de marcharme.
Como es urgente, coho la ambulancia y pongo la sirena muy fuerte: ¡Aaaaauuuuuuuuuuhhhhh!
En un minuto ya estoy en su casa. Al entrar, encuentro a una perra tumbada sobre una alfombra verde, con su nombre grabado en rojo: Jenny.
A su lado hay un cuenco lleno de comida, una botella de agua y dos huesos de plástico para que juegue con ellos. Pero la perrita está muy triste y no levanta la cabeza del suelo. Es como si le pesara.
–¿Qué te pasa?
–No lo sé.
–¿Te duele algo?
–Pssss… No lo sé… No… Creo que no –me contesta sin alzar la cabeza de la alfombra. Sus ojos siguen medio cerrados.
--¿Por qué no estás contenta?... ¡Tienes todo lo que un perro desea! ¡Lo tienes todo!
–¿Lo tengo? –mira a su alrededor y hace como si pensara.
–Sí –le digo--. Fíjate bien. Tienes un cojín para apoyar la cabeza, unos calcetines de lana para los días más fríos del invierno, el cuenco siempre lleno de comida, una tele y un vídeo que funciona, caramelos, gotas amarillos para la fiebre y… también tienes un amo que se preocupa por ti y que te compra todo lo que necesitas. Aquí le veo en esta foto. Parece muy simpático. ¿Dónde está ahora?
–Trabajando. Siempre está muy ocupado. Dice que lo hace por mí; que me quiere dar siempre lo mejor.
–¿No es maravillosos? –le pregunto, pero Jenny no me contesta. Ni siquiera me escucha. Hay algo que le preocupa.
–¿Juega contigo?
–Entonces, ¿no sales de casa?
–Oh, sí, todas las tardes, después de comer, viene un señor y me lleva al parque dos horas. Le paga mi amo. Y yo corro, corro y corro, pero no es lo mismo.
–¡Ya!
Creo que la entiendo bien. La perra me mira, como si esperara que le diese una solución. Pero yo también estoy perdido. Los jarabes, las pastillas y las tiritas no sirven siempre. No sé qué hacer. La consulta ha terminado, así que me despido de Jenny.
–Si pasas alguna vez por mi casa, ven a verme, podremos jugar juntos.
Y sonríe.
Por el camino me acuerdo de la perrita, que tiene un amo que la quiere más que a nadie, pero que nunca está con ella. Su boca se arrastraba por la alfombra y no podía ladrar ni un pequeñísimo «guau».
Cuando entro mi habitación, encuentro a Pitu dormida encima del libro que me ha comprado mamá.
–¿Ya te lo has leído?
Miro por la ventana. No llueve.
–¿Y si nos fuésemos todos a dar un paseo al parque?...
Es una idea genial.
Pero papá aún no ha llegado,  y mamá sigue encerrada en su despacho con el ordenador. Ya lo haremos otro día. Algún día.
–¡Vamos a jugar a la pelota, Pitu!           
Mi tortuga está tan triste como la perrita de la ciudad, pero yo la animo. –¿A qué no me pillas? –le digo. Y corro muy despacio, y me dejo coger.

6
UN PAJARILLO SIN PADRES
Cuando empieza a oscurecer muchos animales salen a pasear. Es la hora de la cena y ellos nunca comen en sus casas.
–Ponte el Jersey –me grita mamá, desde la ventana--. Y vete recogiendo, que ya es tarde. Empiezo a guardar todo, como le gusta a mamá, y me llevo también el cartel de EL GRAN DOCTOR.
No me gusta que se haga de noche. –¡Venga, Pitu!
Ya tengo mis cosas en el maletín, y estoy esperando a que mi tortuga recoja las suyas. Es un poco lenta, pero no quiere que la ayude. Dice que es mayor que yo, que en abril cumplirá 365 años. Yo siempre la veo pequeña, tan pequeña como los huevos de chocolate con sorpresa que tanto me gustan.
–¡Vámonos!
Nada más dar tres pasos, nos encontramos con un pajarito. Está helado. El pobre llevaba mucho tiempo ahí, cerca de la puerta de la casa, sin atreverse a entrar. Creía que nadie le iba a hacer caso. –¿Qué te pasa? –le pregunto.
–Pío, pío –contesta.
–¿Te has perdido?
–Pío, pío… --es lo único que dice. Sigue tiritando.
Lo cojo y le doy calor con mis manos.
–¿Dónde están tus papás?
El pajarillo empieza a llorar por su ojo izquierdo; por el otro, hace rato que le salen algunas lágrimas
.—¿Estás preocupado por tus padres? –vuelvo a insistir. No dice nada.
--¡No llores, que no estás solo!
Le digo a Pitu que se adelante y avise en casa de que llegaré un poco tarde a cenar porque tengo una misión muy especial.
El pajarillo y yo hemos visto salir la luna de detrás de las montañas. Era una luna muy redonda que ahora se ha quedado más pequeña y más alta. A mi pajarito le pesa la cabeza. Es como si la tuviese de piedra. Al final, me mira, y decide contarme su historia. Lo hace muy despacio y da muchas vueltas. Lo repite todo, lo vuelve a repetir, y a veces, cuando llega lo más interesante, se calla.
Yo no digo nada. Solo escucho.
Me cuenta que sus padres se fueron ayer a África y que no han podido llevarle porque es un viaje muy largo y hay que atravesar el mar. Sus amigos y sus hermanos se han ido también. Ellos saben volar muy bien por las alturas.
Mi pajarillo no. Aún le faltan dos meses para dominar el vuelo. Por eso lo han dejado en tierra.
--¡Qué malos son tus padres! –le digo, indignado.
–Oh, no –dice, defendiéndoles--. Soy yo, soy yo, que soy un poco torpe y vago, y empecé muy tarde a aprender a volar, porque siempre me dormía en el nido.
--¡Pero te han abandonado!
--Yo no supe ser un buen hijo –me dice. Y se queda más triste que una hoja seca.
Estoy seguro que si volviese a salir del huevo, sería el pájaro-niño más listo del mundo, el más trabajador y el primero que se levantaría.
--¡ven¡ --le digo.
--¿Me llevarás a esas tierras donde nunca nieva? –pregunta.
--Oh, no. Yo no sé volar.
Pero te puedes quedar en mi habitación, junto a Pitu. Los dos seréis mis mascotas preferidas. ¿Qué te parece? La idea le gusta.
--Y, cuando pase el invierno, volveremos a tu familia, que ya habrá regresado de África.
--Pío, pío –contesta. Esta vez su trino no es triste. Suena como una alegre canción de primavera.
--vamos –y acelero el paso.
Estoy pensando en mis padres. Mi papá pasa muchas horas en el trabajo, pero vuelve siempre a casa. Mi mamá, a veces, ni me hace caso, pero otras, sí; y cuando estoy enfermo lo deja todo, todo, todo y se queda conmigo todas las horas del mundo. Y también me compra huevos de chocolate con figuritas dentro.
--¡Qué suerte tengo! –digo en voz alta. El pájaro me mira. –¿por qué?
--pregunta. –por nada, nada… y echo a correr con mi pajarito en el hombro. Pitu aún no ha llegado a casa y la cojo en brazos.
–¡Mamá!
–¡Papá!



ANAYA
2003
José María Plaza: (Burgos, 1964) es un escritor, periodista y fotógrafo, actualmente residente en MadridLicenciado en Periodismo, ha trabajado como periodista cultural, primero en Diario 16 y después en El Mundo. También dirigió los suplementos Cuadernos de Educación y, durante un tiempo, El MinuMundo.
De muy joven, publicó dos libros de poemas: Pequeña historia sagrada, con prólogo de José Hierro y Nuestra elegía I. En 1995, obtuvo el accésit del Premio Edebé con No es un crimen enamorarse, una novela juvenil que quedó finalista del Nacional, lo mismo que su antología de poesía de autores hispanos De todo corazón, 111 poemas de amor, ilustrada por Ágatha Ruiz de la Prada.

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