“Elegía a
`Desquite´”
Sí, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja como
a él le gustaba: roja, liberal y asesina. Porque él era un malhechor, un poeta
de la muerte. Hacía del crimen una de las más bellas artes. Mataba, se desquitaba,
lo mataron. Se llamaba “Desquite”. De tanto huir había olvidado su verdadero
nombre. O de tanto matar había terminado por odiarlo.
Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir. Merecía
morir sin duda, pero no más que los bandidos del poder.
Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno descubría
en su rostro cierta decencia, una autenticidad, la del perfecto bandido: flaco,
nervioso, alucinado, un místico del terror. O sea, la dignidad de un bandolero
que no quería ser sino eso: bandolero. Pero lo era con toda el alma, con toda
la ferocidad de su alma enigmática, de su satanismo devastador.
Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el crimen,
se habría podido encarnar en un líder al estilo Bolívar, Zapata, o Fidel
Castro.
Sin ningún ideal, no pudo ser sino un asesino que mataba por
matar. Pero este bandido tenía cara de no serlo. Quiero decir, había un hálito
de pulcritud en su cadáver, de limpieza. No dudo que tal vez bajo otro cielo
que no fuera el siniestro cielo de su patria, este bandolero habría podido ser
un misionero, o un auténtico revolucionario.
Siempre me pareció trágico el destino de ciertos hombres que
equivocaron su camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la Historia , o su propio
Destino.
“Desquite” era uno de esos: era uno de los colombianos que
más valía: 160 mil pesos. Otros no se venden tan caro, se entregan por un voto.
“Desquite” no se vendió. Lo que valía lo pagaron después de muerto, al delator.
Esa fiera no cabía en ninguna jaula. Su odio era irracional, ateo, fiero, y
como una fiera tenía que morir: acorralado.
Aún después de muerto, los soldados temieron acercársele por
miedo a su fantasma. Su leyenda roja lo había hecho temible, invencible.
No me interesa la versión que de este hombre dieron los
comandos militares. Lo que me interesa de él es la imagen que hay detrás del
espejo, la que yacía oculta en el fondo oscuro y enigmático de su biología.
¿Quién era en verdad?
Su filosofía, por llamarla así, eran la violencia y la
muerte. Me habría gustado preguntarle en qué escuela se la enseñaron. El habría
dicho: Yo no tuve escuela, la aprendí en la violencia, a los 17 años. Allá hice
mis primeras letras, mejor dicho, mis primeras armas.
Con razón... Se había hecho guerrillero siendo casi un niño.
No para matar sino para que no lo mataran, para defender su derecho a vivir,
que, en su tiempo, era la única causa que quedaba por defender en Colombia: la
vida.
En adelante, este hombre, o mejor, este niño, no tendrá más
ley que el asesinato. Su patria, su gobierno, lo despojan, lo vuelven asesino,
le dan una sicología de asesino. Seguirá matando hasta el fin porque es lo
único que sabe: matar para vivir (no vivir para matar). Sólo le enseñaron esta
lección amarga y mortal, y la hará una filosofía aplicable a todos los actos de
su existencia. El terror ha devenido su naturaleza, y todos sabemos que no es
fácil luchar contra el Destino. El crimen fue su conocimiento, en
adelante sólo podrá pensar en términos de sangre.
Yo, un poeta, en las mismas circunstancias de opresión,
miseria, miedo y persecución, también habría sido bandolero. Creo que hoy me
llamaría “General Exterminio”.
Por eso le hago esta elegía a “Desquite”, porque con las
mismas posibilidades que yo tuve, él se habría podido llamar Gonzalo Arango, y
ser un poeta con la dignidad que confiere Rimbaud a la poesía: la mano
que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. Pero la vida
es a veces asesina.
¿Estoy contento de que lo hayan matado?
Sí.
Y también estoy muy triste.
Porque vivió la vida que no merecía, porque vivió muriendo,
errante y aterrado, despreciándolo todo y despreciándose a sí mismo, pues no
hay crimen más grande que el desprecio a uno mismo.
Dentro de su extraña y delictiva filosofía, este hombre no
reconocía más culpa, ni más remordimiento que el de dejarse matar por su
enemigo: toda la sociedad.
¿Tendrá alguna relación con él aquello de que la
libertad es el terror?
Un poco sí. Pero, ¿era culpable realmente? Sí, porque era
libre de elegir el asesinato y lo eligió. Pero también era inocente en la
medida en que el asesinato lo eligió a él.
Por eso, en uno de los ocho agujeros que abalearon el cuerpo
del bandido, deposito mi rosa de sangre. Uno de esos disparos mató a un
inocente que no tuvo la posibilidad de serlo. Los otros siete mataron al
asesino que fue.
¿Qué le dirá a Dios este bandido?
Nada que Dios no sepa: que los hombres no matan porque
nacieron asesinos, sino que son asesinos porque la sociedad en que nacieron les
negó el derecho a ser hombres.
Menos mal que Desquite no irá al Infierno, pues él ya pagó
sus culpas en el infierno sin esperanzas de su patria.
Pero tampoco irá al Cielo porque su ideal de salvación fue
inhumano, y descargó sus odios eligiendo las víctimas entre inocentes.
Entonces, ¿adónde irá Desquite?
Pues a la tierra que manchó con su sangre y la de sus
víctimas. La tierra, que no es vengativa, lo cubrirá de cieno, silencio y
olvido.
Los campesinos y los pájaros podrán ahora dormir sin
zozobra. El hombre que erraba por las montañas como un condenado, ya no existe.
Los soldados que lo mataron en cumplimiento del deber le
capturaron su arma en cuya culata se leía una inscripción grabada con filo de
puñal. Sólo decía: “Esta es mi vida”.
Nunca la vida fue tan mortal para un hombre.
Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá
manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces
profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de
sangre, dolor y lágrimas.
Tomado de: Prosas para leer en la silla
eléctrica
INTERMEDIO, 2000
Gonzalo Arango: Escritor colombiano (1931-1976)
“Nací en Andes, un pueblo sin gloria que se hará famoso por
mi nacimiento hace 30 años y muchos meses.
No soy casado porque tengo fe en que el amor durará toda la
vida, y porque amar es mi manera de ser libre.
Soy hostil al amor comprometido y a la literatura comprometida, pues en
ambos casos la belleza pierde su independencia.
No tengo títulos, ni menciones de honor. Estuve a punto de ser abogado, pero cierta
inclinación a torcerlo todo me desvío del Derecho. La línea de mi vida, según los astros, es
curva, difícil, y que conduce a la gloria.
Salí del inmenso anonimato fundando el Dadaísmo para
restituir a la Nada
su condición rebelde, y a mi una razón de vivir entre los signos apocalípticos
y nihilistas de mi tiempo. Pienso que la
sociedad en sus períodos de crisis levanta mitos para no dejar hundir el
prestigio del Espíritu”.
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