MENTE Y MUSCULO
La
escritura une y separa. Nos une incluso –y muy íntimamente- con escritores que
murieron hace siglos. “Vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis
ojos a los muertos”, dijo bellamente Quevedo. Pero al mismo tiempo la escritura
pone siempre una distancia, aun entre coterráneos contemporáneos. En la
lectura, emisor y destinatario están
separados. El libro los separa en el tiempo y en el espacio. La relación entre
escritor y lector es, como dice Barthes, in
abstemia, algo inconcebible en la comunicación oral.
Esta
separación exige una mayor concentración. En quien escribe, puesto que quiere
hacerse entender completamente y sabe que no podrá dar explicaciones
complementarias. En quien lee, pues sabe que no podrá solicitar –salvo raras
excepciones- ninguna aclaración. Esto le da a las palabras, escritas y leídas,
una mayor intensidad.
De
alguien muy concentrado en las palabras de un libro suele decirse que está
sumergido en la lectura. El lector, en efecto, cuando se hunde en una
narración, en un pensamiento, sabe que el mundo exterior se aleja, que los
ruidos llegan mitigados, la realidad inmediata pierde presencia y consistencia,
como si se esfumara para dar paso a otro mundo. Cuando un escritor escribe, siente
algo similar con respecto a la realidad circundante.
Es
cierto: uno también puede hundirse en una película, en una partida de ajedrez,
en la contemplación de un cuadro o de una cara, en las notas de una sinfonía.
La lectura forma parte de ese puñado de experiencias estáticas o intelectuales
que ocupan la mejor parte de nuestra vida. Son intensos paréntesis que nos
sustraen de las diligencias cotidianas. Cuando las personas llegan a la
saturación de las repetitivas experiencias superficiales (y eso es lo que
ofrece, por lo general, la vida contemporánea), tienen la opción maravillosa de
sumergirse en las honduras de la experiencia artística. Aprender a disfrutar
del arte, de las ideas o en general de las grandes elaboraciones del
pensamiento es aprender a escapar de lo superficial, de lo frívolo, de lo
mecánico, de lo tedioso, de lo repetitivo. También de lo triste. Por eso este
aprendizaje es importante emprenderlo desde pequeños.
La
lectura requiere entrenamiento. Y no solamente el entrenamiento mental de
lograr concentrarse, de dejarse llevar por el hilo de un pensamiento o de una
narración ajena, sino también entrenamiento muscular. Sí, literalmente: los
músculos oculares se desacostumbran al trabajo de convergencia de la vista
sobres las letras, al movimiento lateral de izquierda a derecha y de derecha a
izquierda. Las personas que no leen o que han dejado de leer por mucho tiempo
tienen dificultad, no solamente para entender, sino también para mantener el
ritmo. Se cansan rápido, les arden los ojos, les da sueño. Hay una muy poco
estudiada –que yo sepa- fisiología de la lectura. Hay lectores maratónicos,
capaces de horas y horas de forcejeo con las páginas y lectores tullidos, con
los ojos cansados después del primer párrafo. El que deja de leer sufre dos
atrofias: mental y muscular.
Tomado de: Las formas de la pereza
Autor: Héctor Abad Faciolince
AGUILAR, 2007
Héctor Abad
Faciolince: (1958)
Nació en Medellín, Colombia.
Entre sus novelas están Asuntos de
un hidalgo disoluto (Alfaguara, 2000), Fragmentos
de un amor furtivo (Alfaguara, 1998), (Punto de lectura, 2003), Basura (Premio Casa de América de
narrativa innovadora), (Punto de Lectura, 2005) y Angosta (mejor novela extranjera publicada en China en 2005). Ha publicado también un libro de ensayos
breves, Palabras sueltas, y otro de
género incierto, Tratado de culinaria
para mujeres tristes (Alfaguara, 1997), (Punto de lectura 2002). Su último libro de narrativa, El olvido que seremos, ha sido muy
bien recibido por la crítica y el público en general.
No hay comentarios:
Publicar un comentario