EN LA BIBLIOTECA
En un rincón de la biblioteca el grupo de niñas se acomoda entre risas y juegos. Hay un revoloteo de delantales azules y un clima de alegría. La luz del verano atraviesa los vidrios de la ventana y deja, sobre los estantes, un resplandor que hace más vivos los colores de los libros.
Algunas de las niñas han preferido sentarse en el suelo, mientras otras aprueban gozosas la idea de acostarse, unas boca abajo, con los codos apoyados y la cara entre las manos, y otras boca arriba, con los brazos cruzados contra la nuca a manera de almohada para reclinar la cabeza. Todas estamos de acuerdo en que, como leer es un placer, resulta conveniente adoptar, para disfrutarlo, la posición que más nos agrade. Parece que al fondo alienta en el grupo otro placer inconfesado: contravenir de algún modo una de esas leyes dictadas desde la infancia y que figuran como inmutables en el catálogo de lo “correcto”: sentarse siempre sobre la silla o sobre el taburete, y con las piernas muy juntas si se es una niña.
Ya todas cómodas, empieza la lectura de un libro que ellas mismas han escogido, no sin antes discutir un poco porque algunas prefieren que se les lea otro que consideran mejor.
Las diferencias se zanjan por medio de aplausos y Rosita se va de casa es el ganador indiscutible. Pero tenemos para leer otros más, lo cual tranquiliza a todo el grupo. La voz se escucha en el silencio de la biblioteca y la historia se adueña del lugar, se la siente penetrar esos rostros ávidos, conmover las miradas, suscitar una entrega mutua que va de la voz a las oyentes y de ellas al libro. La lectura ha creado en aquel rincón una atmósfera indescifrable.
Cuando termina la historia de Rosita hay unos segundos de silencio, los necesarios para regresar de aquel mundo, de aquella ensoñación. Después de algunos suspiros, brotan las palabras atropelladas, mezcladas, elocuentes, una necesidad de hablar no sólo de Rosita, sino de otros libros cuyo recuerdo éste ha suscitado. Algunas cuentan historias parecidas, alguien confiesa que también escribe cuentos y poesías que promete mostrarnos.
Vuelve la lectura y desata de nuevo la magia que habrá de envolvernos durante un rato más. Las niñas escuchan por primera vez el nombre de Federico García Lorca y se enteran de que hace muchos años escribió para ellas estos poemas. El de “el lagarto y la lagarta con delantalitos blancos, que han perdido sin querer su anillo de desposados”, las conmueve. Una de ellas pregunta si podríamos cantar ese poema. Ha sido penetrada, al escucharlo, por la música de sus palabras. Sí.
Sería maravilloso si alguna quisiera cantarlo.
Todas señalan a la hermosa niña rubia y tímida. Ella se ruboriza mientras sus compañeras gritan que toca el piano, que canta muy bonito, que sí, que por favor. Toma el libro y la historia de los lagartos se convierte en canción, en la maravillosa voz infantil.
Después de la lectura, todas quieren ver y tocar aquellos libros de cuyas páginas han brotado tan hermosas historias. Hay en ese gesto de fruición, una curiosidad que proviene de las letras, pero también, en gran medida, de la figura de Rosita, mirando, desde el puente diminuto, la casa que ha abandonado entre lágrimas; o la de aquel niño que descubre en el cielo, al ver una estrella fugaz, la presencia querida de su abuela muerta; o la de ese desdichado Rin-rín renacuajo, engullido dramáticamente por un pato tragón.
Al despedirnos, una niña cuenta, casi en secreto, que en su casa hay un balcón y sobre el balcón las ramas de un árbol y entre las ramas del árbol los rayos del sol por la mañana, y que ella va a escribir una poesía sobre todo eso.
Un día sabrá que la poesía ya estaba allí, en esas palabras y en ese rincón de la biblioteca.
Tomado de: La escuela y la vida
Autora: Aura López
FUNDACIÓN CONFIAR
Aura López: Nació en Yarumal Antioquia en 1933. “La escuela y la vida” contiene artículos suyos escritos quincenalmente para los periódicos El Mundo (1979-1987) y El Colombiano (1991-2004), de Medellín, que son a su vez, tomados del libro “Historias”, editado por el Museo de Antioquia, en 2004.
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