Los buenos Propósitos
El Buen Lector espera las vacaciones con
impaciencia. Para las semanas que pasará en una solitaria localidad marítima o
montañosa, ha reservado cierto número de lecturas de las que más le gustan y saborea por anticipado el placer de las
siestas a la sombra, el crujir de las páginas, el abandonarse a la fascinación
de otros mundos a través de las tupidas líneas de los capítulos.
En cuanto se acercan las vacaciones, el Buen
Lector se da una vuelta por las librerías, hojea, olfatea, se lo piensa, vuelve
al día siguiente y compra; en su casa saca de las estanterías volúmenes aún
intactos y los alinea entre los sujetalibros de su escritorio.
Es la época en que el alpinista sueña con la
montaña que pronto escalará, y también el Buen Lector elige su montaña para
dejarse la piel en ella. Por poner un ejemplo, se trata de uno de los grandes
novelistas del siglo XIX, del que nunca podrá decirse que se haya leído todo, o
cuyas lecturas hechas en épocas y edades dispares dejaron unos recuerdos
demasiado confusos. Este verano, por fin, el Buen Lector está decidido a leer
de verdad a este autor; quizá no pueda leerlo todo durante las vacaciones, pero
en esas semanas atesorará una base inicial de lecturas fundamentales, y después,
durante el resto del año, podrá colmar fácilmente y sin prisa sus lagunas.
Entonces buscará las obras que pretenda leer en sus versiones originales, si se
trata de una lengua que conozca, o si no, en la mejor traducción; prefiere los
gruesos volúmenes de las ediciones de obras completas pero no desdeña los
libros de bolsillo, más apropiados para leer en la playa, bajo los árboles o en
el autocar. Añade algún buen ensayo o quizá un buen epistolario: tendrá
compañía asegurada durante las vacaciones. Podrá granizar todo el tiempo. Los
compañeros de viaje podrán resultar odiosos, los mosquitos podrán no darle
tregua y la comida ser incomestible: las vacaciones no habrán sido en vano y el
Buen Lector regresará enriquecido de un nuevo mundo fantástico.
Se entiende que esto no es más que el plato
principal, luego habrá que pensar en la guarnición. Están las últimas novedades
editoriales de las que el Buen lector quiere ponerse al día, así como las
nuevas publicaciones en su ramo profesional, y para leerlas es imprescindible
aprovechar esos días; y también hay que elegir algún libro de características
distintas a todos los demás ya escogidos para variar y tener la posibilidad de
frecuentes interrupciones, pausas y cambios de registro. Ahora, el Buen Lector
tiene ante sí un plan detalladísimo de lecturas para todas las ocasiones, horas
del día y estados de ánimo. Si encuentra una casa de vacaciones, quizá una casa
antigua llena de recuerdos de la infancia, ¿puede haber algo más bonito que
colocar un libro en cada habitación, uno en el porche, otro en la mesilla de
noche, otro en la hamaca?
Es la víspera de la partida. Los libros
escogidos son tantos que para transportarlos necesitaría un baúl. Comienza la
labor de limpieza: “en cualquier caso éste no lo iba a leer, éste es demasiado
pesado, éste no es urgente”, y la montaña de libros se desmorona, se reduce a
la mitad, a un tercio. De este modo, el buen Lector se encuentra con una
selección de lecturas esenciales que darán lustre a sus vacaciones. Después de
hacer las maletas, todavía se quedan fuera algunos volúmenes. El programa acaba
reducido a unas pocas lecturas pero todas sustanciosas: estas vacaciones serán
una etapa importante en la evolución espiritual del Buen Lectura.
Los días empiezan a pasar deprisa. El Buen Lector
se halla en excelente forma para hacer deporte y acumula energías a fin de
alcanzar la condición física ideal para leer. Pero después de comer le entra
tanto sueño que se queda dormido toda la tarde. Hay que hacer algo y para ello
es de gran ayuda la compañía, que este año es insólitamente agradable. El Buen
Lector hace muchas amistades y se pasa mañana y tarde en barca, de excursión y
al anochecer se va de juerga hasta muy tarde. Por supuesto, para leer se
requiere soledad: el Buen Lector medita un plan para escabullirse. Alimentar su
inclinación por una joven rubia puede ser el mejor camino. Pero con la joven
rubia se pasa la mañana jugando al tenis, la tarde jugando a la canasta y la
noche bailando. En los momentos de descanso, ella no se calla nunca.
Las vacaciones han terminado. El Buen Lector
vuelve a colocar los libros intactos en la maleta, piensa en el otoño, en el
invierno, en los rápidos y cortos cuartos de hora que dedicará a la lectura
antes de dormirse, antes de salir corriendo a la oficina, en el tranvía, en la
sala de espera del dentista…
Tomado de: Mundo escrito y mundo no
escrito
Autor:
Italo Calvino
Ediciones
Siruela
2006
Italo Calvino: Nació en 1923 en Santiago de las Vegas (Cuba). A los dos años
la familia regresó a Italia para instalarse en San Remo (Liguria). Publicó su
primera novela animado por Cesare Pavese, quien le introdujo en la prestigiosa
editorial Einaudi. Allí desempeñaría una importante labor como editor. De 1967
a 1980 vivió en París. Murió en 1985 en Siena, cerca de su casa de vacaciones,
mientras escribía Seis propuestas para el próximo
milenio.
Con la lúcida mirada que le convirtió en uno de los escritores más destacados del siglo XX, Calvino indaga en el presente a través de sus propias experiencias en la Resistencia, en la posguerra o desde una observación incisiva del mundo contemporáneo; trata el pasado como una genealogía fabulada del hombre actual y convierte en espacios narrativos la literatura, la ciencia y la utopía.
Con la lúcida mirada que le convirtió en uno de los escritores más destacados del siglo XX, Calvino indaga en el presente a través de sus propias experiencias en la Resistencia, en la posguerra o desde una observación incisiva del mundo contemporáneo; trata el pasado como una genealogía fabulada del hombre actual y convierte en espacios narrativos la literatura, la ciencia y la utopía.
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