El otro subdesarrollo
Llevo el hierro entre las manos
porque en el cuello me pesa.
Epifanio Mejía.
Himno Antioqueño
El prisionero había gemido entre sus cadenas al año de
tenerlas empezó su oxidación. Por eso cuando escuchó los gritos afuera asomó
difícilmente por la ventanilla abarrotada, que durante ese año le diera
avaramente un poco de aire y de luz.
-“Ya llegan” –se dijo, los ojos sin asombro, débiles ya sus
músculos de tanto permanecer quietos y torturados .
Escuchó disparos contra sus carceleros, oyó el golpe de
cuerpos al caer, supo que venían a liberarlo y que triunfaría la revolución que
él mismo anunciara con arengas y posturas de héroe, un poco retórico y vanidoso
en sus afanes. Tuvo cierta fortaleza de recién llegado, un grito de entusiasmo
pasajero, por no sentirse demasiado solo. Su debilidad estrepitosa lo había
llevado al calabozo donde ahora yacía, grillos en los pies, cadenas en las
manos, con la poca luz y el poco aire que filtraban los barrotes de su celda.
-¡Aquí estamos, compañero! –oyó la voz del viejo camarada al
tiempo que abrían la puerta con sonido metálico: en el vano se destacó la
figura franca de Pedro, un luchador.
-Ya estás libre, la revolución ganará –y se acercó para
quitarle grillos y esposas. El prisionero se le quedó mirando, en segundos
rehízo su propia lucha de héroe clandestino a héroe prisionero, de torturado a
sometido, de sometido a liberado.
-¿Qué quieres? –preguntó. Pedro lo detalló, incrédulos los
ojos a la pregunta, inocentes en la desorientación.
-¡Te hemos rescatado! –gritó, porque no entendía-.
¡Vamos!
El otro vio sus derredores de todo un año donde la queja se
le hizo habitual, como la oscuridad entre los muros. Al principio había escrito
en ellas fechas decisivas con un carbón, después olvidó números y fechas.
-¡Cuánto falta? –preguntó, desalentado.
-No sabemos. Tal vez mucho, pero vamos a ganar.
El otro no se movió. Entre el eco de los disparos y el olor
de sangre y pólvora volvió a sentarse en el banquillo, miró los hierros
eslabonados.
-¿Para qué? –dijo, los ojos al suelo-. Yo me quedo, ustedes
le tienen miedo a las cadenas.
Era su otra manera de sentirse héroe, las escasas palabras
que iban quedando a su derrota.
-sí –dijo Pedro entre el olor de la pólvora-. Te hacen falta
las cadenas.
Y se fue retirando, triste y rabioso.
Tomado de: Obras completas
Concejo
de Medellín
2000
Manuel Mejía Vallejo: (Jericó,
Antioquia,Colombia, 23 de abril de 1923 - El Retiro, Antioquia, Colombia, 23 de
julio de 1998) fue un escritor y periodista colombiano ganador de los premios
Rómulo Gallegos y Nadal. Representa la vertiente andina de la narrativa
colombiana contemporánea.
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