Para subir al cielo (fragmento)
Evelio José Rosero Diago
Ayer en la mañana vino a la granja un desconocido. Traía
en sus manos una escalera de madera, bastante larga, color azul. Yo estaba
sentado a la sombra de los naranjos, y me preguntaba qué iba a hacer durante el
día para ser feliz. Entonces llegó el desconocido, se detuvo a la entrada de la
granja, puso la escalera junto a él y la soltó. No sucedió lo que yo suponía:
que la escalera se iba a caer. No. La escalera siguió de pie, sola, como
apoyada en el aire, igual que si esperara muy tranquila a que alguien subiera
por ella.
-¿es usted el que es? –me preguntó el desconocido.
-si, soy yo –le respondí.
-Le envían esta escalera, como regalo.
Me acerqué. –Es una escalera muy rara –dije-. Nadie la
sostiene. Y no se cae.
Me puse a contemplarla al derecho y al revés; di una
vuelta en torno suyo, la toqué, no hizo nada. Entonces yo mismo la puse en otro
lugar, sin apoyarla. Y la escalera no se cayó. Siguió de pie. Incluso me
pareció que, al cambiarla de sitio, la escalera crecía.
Crecía.
Eso me pareció.
-¿y puedo saber quién me la envía? –pregunté.
-No quiero decirlo –dijo el desconocido-. Solo sé que
usted es el que es y que ahora usted es el dueño de la escalera.
-Eugenia - dije-. Estoy seguro que Eugenia Flor me envía
esta escalera.
El desconocido se encogió de hombros.
-puede ser –dijo.
-Es Eugenia. Estoy seguro –repetí.
Eugenia Flor es la muchacha que ordeña las vacas de la
vereda. Todos los días me hace un regalo, a escondidas, sin que yo me dé
cuenta. Un día me regaló una gardenia, y la puso en la ventana de mi cuarto, la
misma ventana que yo abro todas las mañanas para que entre el sol. Sólo que en
esa ocasión entró primero el perfume
blanco de la gardenia, dulce y delgado, igual que una voz, la voz de Eugenia
cuando canta mientras ordeña las vacas cada madrugada. Otro día me dio un
regalo que me asustó: un cucarrón verde. Y lo puso debajo de mi almohada, de modo que, al
acostarme, no demoré en escuchar un ronroneo de alas, muy cerca de mi cabeza.
Quité la almohada y lo vi, a la luz de la luna: de un verde resplandeciente. El
cucarrón verde también me miraba y luego se echó a volar. Han sido tantos los regalos que Eugenia me
deja en secreto, todos los días, que escribiría mi vida enumerándolos. Una
mañana, por ejemplo, iba subiendo por la montaña y sentí sed; estaba fatigado y
muy lejos de los naranjos. Me recosté contra una piedra y me dormí; no debí
dormir mucho porque al abrir los ojos el sol seguía en la mitad el cielo y la
sed me calcinaba la garganta como un terrón de sal. Entonces apareció el
regalo, a mi lado: una totuma de agua pura y fría –endulzada con flores de
naranjo- que yo bebí pensado en la sonrisa de Eugenia, en su voz como agua.
Eugenia debía encontrarse escondida en algún lugar, observándome. «¿Eugenia?»
pregunté, pero no me respondió. Así es Eugenia. En su lugar respondió el pájaro
amarillo, canturreando en lo más alto de un eucalipto y, después, el susurro
largo de la brisa, acariciándome. Así son los regalos de Eugenia: un lápiz y
una hoja blanca en el bolsillo de mi camisa, una golondrina en el cielo, la
luna en la noche cuando despierto de pronto y estoy solo. Y siempre que veo a Eugenia, al encontrarla
de pronto en el bosque, o en el valle, o a la orilla del río, ella me sonríe y
se pone roja como un tomate, y yo me río con ella y no le digo que yo sé que es
ella, Eugenia, la de los regalos. Ella sabe que yo sé, pero no decimos nada, y
sólo nos miramos y reímos. Y así seguimos, cada uno por su lado, riéndonos.
«Y ahora me regala una escalera», pensé.
-Pero, ¿Por qué una escalera? –Pregunté al desconocido-.
¿Para qué?
-Para subir al cielo –me dijo-.
Esta escalera se hizo únicamente para eso. Claro que si
usted desea emplearla para subir a un árbol… también le servirá. O podría subir
al techo de la casa, o… subir donde quiera, pero entonces no estaría ya
usándola como se debe. Cometería un error, la escalera se pondría triste… Sería
una triste escalera…
El desconocido se puso a mirar las nubes. Y suspiró,
impaciente.
-Bueno, adiós –dijo-. He caminado por muchos mundos para
traerle su escalera. Es suya. Usted la pidió.
-¿Yo? –pregunté.
No recordé pedirle a Eugenia una escalera, jamás. La
última vez que nos vimos estaba ordeñando la vaca de la señora Teresa, y yo
llegué. Eugenia vestía de azul –como la escalera-, tenía un manojo de flores de
monte atado a su pelo, y parecía cantar en silencio. Arrodillada, no se había
percatado de mi presencia. Sus manos eran tan blancas como la leche que
ordeñaba. Cuando me descubrió, a sus espaldas, por poco tumba la tina donde la
leche espumeaba. Se asustó. Se asustó Eugenia y se asustó la vaca porque mugió.
Me reí del susto de Eugenia y de la vaca y las dejé. Pero no recuerdo que esa
vez le haya pedido una escalera de regalo, aunque debo recordar ahora que
tampoco, nunca le pedí una gardenia y, sin embargo, me la regaló. Así son los
regalos de Eugenia: una sorpresa por la espalda, como yo.
-¿Conoce usted a Eugenia?
-pregunté al desconocido.
-puede ser –dijo. Y volvió a mirar al cielo, se rascó una
oreja y bostezó-. Mire –dijo, extendiéndome un papel y un lápiz, idénticos a
los que un día Eugenia me regaló en secreto-. Este es el recibo. Firme debajo,
y listo. Tengo que irme. Debo llevar otros encargos, me espera un largo día de
trabajo.
Parecía de verdad muy impaciente. De modo que leí el
papel. Decía:
Yo, el que soy,
declaro recibir
la escalera
para subir al
cielo en perfecto estado.
-Firme debajo –repitió el desconocido, y me alargó el
lápiz. Yo firmé. Puse: Yo. Y, más
abajo, en letras pequeñísimas, añadí:
Gracias
Eugenia
Por
la escalera
Y apenas hube terminado de escribir se escuchó un trueno
espantoso, la mañana entera se oscureció y un viento de horror inclinó las
ramas de los naranjos hasta rozar la tierra y me hizo cerrar los ojos. Cuando
volví a abrirlos, la mañana recuperó su luz. El mundo respiraba tranquilo y el
desconocido había desaparecido. En su lugar había una paloma.
Y la escalera seguía ahí…
Tomado de: Para Subir al cielo.
Autor: Evelio José Rosero Diago
MAGISTERIO
Evelio José Rosero: Nació en
Bogotá en 1958. Es periodista, cuentista y novelista, y tiene una reconocida
trayectoria literaria. Su creación incursiona tanto en la literatura para
adultos como en la literatura para jóvenes y niños. Su obra para jóvenes y
niños ha merecido varios reconocimientos nacionales e internacionales, como el
premio iberoamericano del libro de cuentos Netzahualcóyotl, el premio nacional
Fundalectura, el premio nacional Colcultura, el premio Norma-Fundalectura, el
premio Enka, el premio Comfamiliar y la beca Ernesto Sábato para jóvenes
escritores colombianos.
Algunas de
sus obras más conocidas son El incendiado (1988), Cuentos para mirar un perro y
otros cuentos (1989), Pelea en el parque (1991), El aprendiz de mago (1992), El
capitán de tres cabezas (1995), Cuchilla (2000), El hombre que quería escribir
una carta (2002) y Teresita cantaba (2002). Su obra ha sido traducida al
italiano, sueco, danés, finlandés, noruego y alemán
el cuento es hermoso me gusta mucho el cuento o la historia me gusta :D :D :D
ResponderEliminarcuales son los valores y antivalores de la obra
ResponderEliminarInteresante el cuento para niños
ResponderEliminarMe gusto
ResponderEliminarla obra es muy interesante y divertida :)
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