lunes, 22 de abril de 2013

Mente y músculo. Héctor Abad Faciolince


MENTE Y MUSCULO



La escritura une y separa. Nos une incluso –y muy íntimamente- con escritores que murieron hace siglos. “Vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos”, dijo bellamente Quevedo. Pero al mismo tiempo la escritura pone siempre una distancia, aun entre coterráneos contemporáneos. En la lectura, emisor  y destinatario están separados. El libro los separa en el tiempo y en el espacio. La relación entre escritor y lector es, como dice Barthes, in abstemia, algo inconcebible en la comunicación oral.

Esta separación exige una mayor concentración. En quien escribe, puesto que quiere hacerse entender completamente y sabe que no podrá dar explicaciones complementarias. En quien lee, pues sabe que no podrá solicitar –salvo raras excepciones- ninguna aclaración. Esto le da a las palabras, escritas y leídas, una mayor intensidad.

De alguien muy concentrado en las palabras de un libro suele decirse que está sumergido en la lectura. El lector, en efecto, cuando se hunde en una narración, en un pensamiento, sabe que el mundo exterior se aleja, que los ruidos llegan mitigados, la realidad inmediata pierde presencia y consistencia, como si se esfumara para dar paso a otro mundo. Cuando un escritor escribe, siente algo similar con respecto a la realidad circundante.

Es cierto: uno también puede hundirse en una película, en una partida de ajedrez, en la contemplación de un cuadro o de una cara, en las notas de una sinfonía. La lectura forma parte de ese puñado de experiencias estáticas o intelectuales que ocupan la mejor parte de nuestra vida. Son intensos paréntesis que nos sustraen de las diligencias cotidianas. Cuando las personas llegan a la saturación de las repetitivas experiencias superficiales (y eso es lo que ofrece, por lo general, la vida contemporánea), tienen la opción maravillosa de sumergirse en las honduras de la experiencia artística. Aprender a disfrutar del arte, de las ideas o en general de las grandes elaboraciones del pensamiento es aprender a escapar de lo superficial, de lo frívolo, de lo mecánico, de lo tedioso, de lo repetitivo. También de lo triste. Por eso este aprendizaje es importante emprenderlo desde pequeños.

La lectura requiere entrenamiento. Y no solamente el entrenamiento mental de lograr concentrarse, de dejarse llevar por el hilo de un pensamiento o de una narración ajena, sino también entrenamiento muscular. Sí, literalmente: los músculos oculares se desacostumbran al trabajo de convergencia de la vista sobres las letras, al movimiento lateral de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Las personas que no leen o que han dejado de leer por mucho tiempo tienen dificultad, no solamente para entender, sino también para mantener el ritmo. Se cansan rápido, les arden los ojos, les da sueño. Hay una muy poco estudiada –que yo sepa- fisiología de la lectura. Hay lectores maratónicos, capaces de horas y horas de forcejeo con las páginas y lectores tullidos, con los ojos cansados después del primer párrafo. El que deja de leer sufre dos atrofias: mental y muscular.


Tomado de: Las formas de la pereza
Autor: Héctor Abad Faciolince
AGUILAR, 2007





Héctor Abad Faciolince: (1958)
Nació en Medellín, Colombia.  Entre sus novelas están Asuntos de un hidalgo disoluto (Alfaguara, 2000), Fragmentos de un amor furtivo (Alfaguara, 1998), (Punto de lectura, 2003), Basura (Premio Casa de América de narrativa innovadora), (Punto de Lectura, 2005) y Angosta (mejor novela extranjera publicada en China en 2005).  Ha publicado también un libro de ensayos breves, Palabras sueltas, y otro de género incierto, Tratado de culinaria para mujeres tristes (Alfaguara, 1997), (Punto de lectura 2002).  Su último libro de narrativa, El olvido que seremos, ha sido muy bien  recibido por la crítica  y el público en general.

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